recerques
DIVINAS PALABRAS
Teatre Nacional de Catalunya
Director d'escena: Gerardo Vera
Amb Jesús Noguero, Pietro Olivero, Ester Bellver, Julia Trujillo, Idoia Ruiz de Lara, Sonsoles Bendicto, Emilio Gavira, Fernando Sansegundo, Elisabeth Gelabert, Carlota Gaviño, Julieta Serrano, Gabriel Garbisu, Fidel Almansa, Abel Vitón, Sergio Sánchez, Pablo Vázquez, Javier Lara, Elena González, Daniel Holguín, Paco Deniz, Miriam Cano, Charo Gallego
Soberbias 'Divinas palabras'

Dentro del llamado ciclo gallego, y dos años antes de escribir Cara de plata, la tercera de sus Comedias bárbaras, Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) hizo estallar toda la cohetería esperpéntica en Divinas palabras (1920). Del último montaje de esa obra tremenda, estrenado meses atrás por el Centro Dramático Nacional (CDN) de Madrid, nos habían llegado encendidos elogios que hoy entendemos perfectamente justificados.

Su presentación en el TNC será, sin duda alguna, uno de los episodios más sobresalientes del Grec de este año. Curiosa cirugía la que Gerardo Vera, director del CDN y del espectáculo, ha practicado con el glorioso drama de Valle. Por un lado, encargó a Juan Mayorga una versión que, sin caer en el sacrilegio de tocar la palabra, sirviera para condensar el caleidoscópico universo levantado por el autor. Por otro, él mismo y Ricardo Sánchez Cuerda idearon una escenografía de lujo donde el elemento simbólico juega un papel determinante. No creo que el mundo de crueldad, miseria y desatados instintos que se muestra en Divinas palabras se haya cobijado antes de ahora en una arquitectura tan grandiosa, brillante y postinera. De los montajes precedentes de la obra, uno recuerda justamente lo contrario: cuatro trastos, suciedad e indigencia. Podría, quizá, hablarse aquí de algún exceso un punto empalagoso. El gran árbol basculante una vez arrancado de raíz, por ejemplo.

Físicamente, los dos niveles del espectáculo no pueden ser más diáfanos. A ras de suelo, las criaturas harapientas - ululantes, violentas y carnales, como las definió Valle-, magníficamente dibujadas por el vestuario (Alejandro Andújar) y una espléndida caracterización (Pepe Quetlas). Por las alturas, esas tentaciones encarnadas en figurantes que se mueven por alacenas y balcones, los altos, protectores muros de la iglesia donde Pedro Gailo se lleva a la muy entretenida Mari-Gaila, su mujer, el elevado hueco del campanero, el dichoso arbolito en funciones del Duende Cabrío - aquí esfumado- que cabalgará a la adúltera... La sobreestructura que alimenta miedos y supersticiones tiene, pues, en el espectáculo una plasmación material que se diría puramente efectista y hasta traicionera si la carnalidad del drama no estuviera muy bien representada a través de una interpretación soberbia. Recuerdo el eje de la historia.

Los dos hermanos Marica del Reino y Pedro Gailo se disputan la explotación limosnera de Laureaniño, un enano hidrocéfalo que su madre, hermana de ambos, transportaba en un vil carretón hasta que la mujer murió en plena faena. La disputa fraterna acabará cuando Bastián de Candás proponga la solución salomónica: el enano estará tres días con una, tres días con otro y los domingos, más proclives a la caridad, en régimen de alterne. Morirá Laureaniño, seguirá con todo su explotación hasta que el enano sea comido por los cerdos, mientras Mari-Gaila se refocila con el sandunguero Séptimo Miau. Llegará la venganza, llegará el perdón y el sacristán Pedro Gailo, después de un aparente suicidio, dirá en latín las divinas palabras: Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra.

Dos virtudes importantes que destacar de la dirección de Gerardo Vega. La permanente salvaguarda del clima sensual y violento de la historia, sin que ningún adorno ni formalidad escénica sirva para edulcorar la esperpéntica crueldad de las situaciones y personajes. Y la segunda: una habilidad exquisita en combinar la composición de grupo - 23 intérpretes intervienen en la obra- y la entidad coreográfica de algunas escenas, con la focalización de los diálogos y las actuaciones personales. Fernando Sansegundo como un iracundo Pedro Gailo; Alicia Hermida (Marica del Reino) y Elisabet Gelabert (Mari-Gaila); Julieta Serrano (La Tatula) y Jesús Noguero (Séptimo Miau)... son nombres sobresalientes de un extenso reparto muy cuidado, sin subalternos torpones que tantas veces se cuelan en nóminas extensas.

Juan Mayorga convierte el personaje de Coimbra (Pietro Olivera) en un mastín irritable, una criatura que se alza en pie de guerra al comenzar la función, y que eleva cada dos por tres el voltaje bestial del impresionante retablo valleinclanesco, recomendable sin reservas.


Joan-Anton Benach
La Vanguardia 07/07/2006
Gran comedia bárbara

Hay en estas Divinas palabras en versión de Juan Mayorga y dirección de Gerardo Vera todo lo que impele a la exclamación: ¡Qué bárbaro Valle! Un Valle de lágrimas, lujuria, avaricia, incesto, fenómenos atmosféricos, oscurantismo religioso, engendros de la naturaleza, con sabor a anisette de garrafón y rumor de ventorrillo. Una tragicomedia rural de las querellas familiares de los Gailos en torno a la herencia de sumodus vivendi: un enano hidrocéfalo, huérfano de la mendiga Juana la Reina. Las plañideras cuñadas pugnan por arrastrar el carro y lucrarse del fenómeno por ferias y romerías.
Con una impactante escenografía que condensa el microcosmos ancestral, las raíces arbóreas, la polvareda rijosa, la bruma galaica y las iluminaciones luciferinas, Gerardo Vera mueve al cuerpo actoral con el ritmo coral de las pinturas negras goyescas, mientras que Mayorga sustancia en su adaptación textual el poderío verbal de Valle, esa labia que sigue asombrando por la fulgorosa cohabitación de los arcaismos y el argot. Dios no mira lo que hacemos, tiene la cara vuelta... Lo dice el pendenciero Séptimo Miau (Jesús Noguero), otro personaje habitual de los retablos de lujuria y avaricia valleinclanescos, mientras que Julieta Serrano encarna a La Tatula, Celestina que urde tramas de violento deseo, sin olvidar esa actriz mayúscula que es Alicia Hermida en el papel de Marica: los odios familiares conjugados en una voz. La triste suerte del enano hidrocéfalo lleva la comedia a sus máximas cotas bárbaras. Horrendo objeto del deseo, acaba siendo torturado por los lugareños que lo emborrachan hasta matarlo. Abandonado a la luz de la luna su cadáver será devorado por los cerdos y el carretón irá de puerta en puerta, dejando en el aire el rastro de la carne putrefacta.

Hay en estas Divinas palabras mucho Valle: rumor de lluvia y humanos que merodean el escenario como los simios de 2001; un agro endogámico y brutalizado que culmina en la tentativa de incesto de Pedro Gailo (Fernando Sansegundo) con su hija Simoniña (Carlota Gaviño) y el ultraje de los aldeanos a la adúltera Mari-Gaila (Elisabet Gelabert). Arrostrando las burlas sobre sus cuernos y tras salir indemne de su tentativa de suicidio, Pedro Gailo invocará el latín ignoto de las divinas palabras, rácano verbal que aquietará a sus bestiales compadres. Después de las palabras, un escenario de silencio, que será finalmente perturbado por los mordiscos del can en los restos del enano. ¡Qué bárbaro Valle!


Sergi Doria
Abc 07/07/2006