Monumental, transversal en el tiempo y en el espacio, coral, polifónica, infinita, con algo de monstruoso —su inquietante punto de conexión con la realidad— y abocada al abismo a lo largo de sus más de 1.100 páginas. Esto es 2666 en breve, en muy breve porque ponerse a hablar de la meganovela póstuma de Roberto Bolaño (1953-2003) es no acabar nunca. En este sentido, la sola intención, por parte de Àlex Rigola, de llevar a escena la obra parecía, cuando menos, ambiciosa, temeraria e incluso ingenua.
Pero vayamos por partes, por las cinco que constituyen la obra y que en principio estaban pensadas por su autor para ser publicadas de manera independiente. Cinco novelas que se funden unas en otras, que se arman y se desarman desarrollando un montón de relatos con motivos recurrentes y un nexo común: los crímenes de Santa Teresa, fiel trasunto de Ciudad Juárez, la ciudad mexicana fronteriza con Estados Unidos. El montaje de Rigola parte de la adaptación conjunta que firman Pablo Ley y él mismo y respeta la estructura original: las cinco partes en que se divide funcionan de manera independiente y a su vez se interrelacionan. Y sus cinco horas de duración, no diré que pasen en un soplo, pero sí que transcurren de forma casi liviana, espesándose a medida que se suman, conteniendo y desarrollando la esencia de las tramas y de los personajes, trasladando a muy buen ritmo lo que queda de 2666 en la memoria del lector.
La narrativa de la adaptación encuentra en escena lenguajes diversos para cada una de las partes. La primera, la de los críticos eruditos que persiguen la figura de su escritor de culto, un tal Benno von Archimboldi adquiere en escena el sobrio formato de una conferencia. La pizarra en la que los críticos van anotando los datos más destacados del intrigante escritor se llena de letras que prefiguran la densidad de la obra y que se funden eficazmente con las imágenes de Ciudad Juárez rodadas por Rigola, una transición casi poética que nos lleva al centro físico de la obra.
La segunda, la de Amalfitano, enlaza con la primera a través de este personaje pero ya estamos en Santa Teresa y, será por el formato cinemascope del escenario o por los acordes de París, Texas que suenan de fondo, el caso es que el conjunto adquiere un sugerente tono cinematográfico de western contemporáneo, una de las partes más conseguidas.
La tercera, la parte de Fate, el periodista político afroamericano que ha de cubrir un combate de boxeo y que acaba relacionándose con la hija de Amalfitano y sus dudosos colegas, es un descenso al infierno en un ascensor de carga que soporta el peso de todos los personajes: todo ocurre en un cubículo tan claustrofóbico como atractivo, pues en esta parte es donde Rigola aplica su personal lenguaje (coreografías, micros en mano, imágenes).
El infierno es un descampado de Santa Teresa: estamos en la cuarta parte, la de los crímenes. De la ficción del género policial de serie B pasamos a la más estremecedora pesadilla que reverbera en la proyección de una lista exhaustiva de los nombres de las mujeres asesinadas desde 1993 en Ciudad Juárez. El infierno es la realidad y el descampado se transforma en un cementerio (¿el de 2666 al que alude el título y cuya pista aparece en otra novela del autor, Amuleto?). Sin duda, ésta es la parte que más sacude al espectador.
Y llegamos a la última, la parte de Archimboldi, que viene a cerrar, si es que se puede decir así, el todo. Su extensión, no tanto en páginas como en lo que Bolaño llega a abarcar en ellas, la hace la parte más difícil de llevar a escena. Aun así, la historia del que será objeto de persecución en la primera parte, y que cruza el siglo XX a lo largo de Europa para acabar en México, está ahí, sobre el escenario, acompañado por imágenes reales que nos acercan a lo que fue otro infierno, el Holocausto nazi.
Cuando la novela salió publicada, alguien dijo que no tenía mucho sentido leer “sobre” 2666, sino que lo que valía la pena era leer 2666. Pues bien, ahora también se puede ver y oír. Y también vale la pena. Un buen trabajo de equipo.
Begoña Barrena El Pais 29/06/2007
El secreto del mundo
La novela «2666», del chileno Roberto Bolaño (1953-2003), presenta los problemas y cualidades de toda obra inacabada y póstuma. Concebida con la ambición contrarreloj ante una muerte anunciada, plantea una arborescencia donde cada rama descuelga un fruto narrativo. Estructurada en cinco partes, que en principio habían de ser cinco novelas, «2666» no se desarrolla de forma clásica, personajes unidos por dos ideas centrales: la literatura y el crimen.
Àlex Rigola y Pablo Ley han vertido esas cinco partes en cinco horas de escena. La literatura centra la primera: una parodia de los críticos que alternan seminarios internacionales y encuentros sexuales, unidos en torno al enigmático Benno von Archimboldi. El rastreo del autor «salingeriano» les llevará hasta Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, frontera de maquiladoras y más de trescientas mujeres asesinadas. Allí, el profesor de filosofía Almafitano ejerce de cicerone. Almafitano centra la segunda parte, en su origen novelesco, la más incompleta. Atrapado en su casa, el profesor escucha voces paranormales que confirman y anuncian la sed de mal de la ciudad de los crímenes. El horror, las drogas y la degeneración viciosa, al estilo de «Blue Velvet» o «Twin Peaks» de Lynch, impregnan «la parte de Fate», un periodista negro que viene a cubrir un combate de boxeo y se adentra en el submundo que procrea crímenes.
En este tercer acto, con música ensordecedora, microfonía, espacio claustrofóbico y aparato gestual, se impone el Rigola más genuino de «Julio César» o «Santa Joana dels escorxadors». La cuarta parte, de los crímenes, culmina la trama policial: el escenario realista del desierto con la mujer desnuda y ensangrentada tiene como fondo la lista de mujeres asesinadas desde 1993 entre gritos desgarradores que se cierran con plantación de cruces y la hiriente retahíla de chistes machistas que regurgitan los policías mexicanos. Al final, la biografía de Archimboldi viene a conectar toda la historia trágica del siglo XX europeo con la desolación macabra del desierto de Sonora.
Novela filosófica y proteica, «2666» plantea problemas por ser inacabada, pero su cualidad es la de obra abierta. Abierta a las preguntas acerca de lo que un personaje denomina «el secreto del mundo». No sabemos si Roberto Bolaño se llevó algún secreto sobre aquella novela que le llevó la vida, pero dejó literatura y crímenes enlazados.
Una literatura de secretos, sin respuestas que abduce al lector-espectador. Palabras para sobrellevar el miedo: «Todo pasa por el filtro de las palabras», afirma un policía. Es un mérito tener al público cinco horas mecido con historias que se enredan como cerezas, con tantos finales abiertos sin padecer una corriente de aire. Rigola, Ley y el equipo actoral han salido airosos de lo que podía resultar una tentación dramatúrgica fatal. Incluso cabría imaginar a Bolaño, el escritor que fue Sísifo, feliz.
Sergi Doria Abc 29/06/2007
Tragedia contemporánea
La vida de Roberto Bolaño podría tener carácter mítico. Su obra póstuma podría ser la tragedia de nuestro tiempo. 2.666 se escribió con el conocimiento del autor de que posiblemente era su última obra, su testamento. Y en ella, en sus más de 1.100 páginas, se aglomeran personajes y situaciones que recorren la ambivalencia de todo individuo, su soledad, el mal y la violencia. Pero todo ello se desgrana en un estilo literario rico, personal, basado en esa literatura que él define como pregunta y conocimiento.
La trama la formarían los cuatro críticos literarios fascinados por Beno von Archimboldi, enigmático escritor. La complicidad de su interés y la vaciedad de sus vidas desemboca en una especie de vodevil, un extraño peregrinaje a la ciudad mexicana de Santa Teresa (trasunto de Ciudad Juárez), donde se enteran de una serie de asesinatos atroces de mujeres.
Son cinco obras unidas por personajes. La primera y la más ardua es La parte de los críticos. La parte de Amalfitano narra con belleza y poesía las peripecias de un profesor de filosofía, atrapado entre la realidad y la locura, el recuerdo y la fantasmagoría, junto a una hija que teme que sea asesinada. La parte de Fate se centra en un periodista a quien han enviado a cubrir un combate de boxeo pero que descubre el horror de los asesinatos de mujeres. La parte de los crímenes muestra literalmente los crímenes, su descubrimiento, su horror. La parte de Archimboldi es la biografía de un prusiano que combate en el frente ruso, que está con los nazis y contra los nazis, que consigue ser un escritor publicado, que huye, que huye de sí mismo, de su vida, de su pasado.
Pablo Ley ha conseguido elaborar un texto claro, coherente y bien articulado que supera con éxito los escollos de la narrativa de Bolaño. Y Alex Rigola ha hecho una labor escénica inteligentísima dando a cada una de las partes una estética teatral distinta y evolutiva: de un principio duro, que se desarrolla como una conferencia necesaria pero que se hace larga, a un segundo tiempo muy humano; y a una tercera parte que sobrepone el tema del boxeo con el del crimen. La cuarta es el momento culminante, el más brillante, la que pone en escena con dramatismo y emotividad los asesinatos de mujeres y que concluye con un anticlímax de chistes machistas. El final, menos espectacular, muestra a Archimboldi y su ambivalencia.
Andreu Benito es el actor, espléndido, presente en las cinco partes; también Eduardo Manrique es una magnífica y casi constante presencia, como Chantal Aimée, como un impresionante Joan Carreras... Todo está medido y equilibrado en este espectáculo de gran perfección, de cinco horas de duración que sólo en su primera parte se hace largo.
Maria José Ragué El Mundo 29/06/2007
Els fantasmes de Sta. Teresa
Àlex Rigola i Pablo Ley, després de ponderar amb molta cura la pentalogia de Roberto Bolaño, han convertit l'enigma en el gran protagonista de la seva adaptació teatral. El misteri que conté 2666 empara el millor i pitjor de l'ésser humà, tant el seu instint creador com el destructor. Una obra que ressorgeix en el Lliure habitada per fantasmes i caçafantasmes, convocats tots finalment en el desert de Chihuahua, aquest paisatge nascut -com tots els deserts- per projectar perilloses fatamorganes en la ment dels desesperats. Una llarga cerimònia d'evocació per materialitzar les ombres d'Archimboldi, el/els assassí/ins de Santa Teresa i les seves desaparegudes, el poeta boig, la dona d'Amalfitano, el pintor mutilat.
Bolaño va escriure una nissaga sobre les ombres que planen sobre la vida dels vius i dels morts, més tots els subtils graus entre un estat i l'altre. Una gradació que solca les moltes pàgines de 2666 per crear una realitat que s'assembla molt poc a la convencional. Com l'univers de David Lynch, un altre mestre de la fugissera última resposta inserida en realitats imprecises. Tots dos obren constantment portes a noves dimensions de la seva ficció sense tancar-ne cap, creant laberints de desassossec.
A l'escenari els fantasmes i els seus perseguidors, tots nàufrags de la identitat, s'instal·len a diferents illes. Una per llibre. Cadascuna de les cinc "parts" respon a un espai físic concret, sense relació amb les altres. Són els fantasmes els que comuniquen els cinc escenaris. L'austeritat d'una taula de conferències -encaixada entre el públic i el teló- és substituïda per la falsa serenitat d'un paisatge vulgar i suburbà. Un fotograma de Wim Wenders a punt de descobrir àngels en l'aridesa mexicana. El decorat comença a tenir el seu propi horitzó.
La tercera illa és un deliri cromàtic prestat de la paleta de Lynch sobre els cubicles claustrofòbics de Rigola. Visions cinematogràfiques en un abisme negre. La següent reencarnació escènica és un vast desert envoltat d'un cel de plàstic. Una gran bossa forense per als 400 cadàvers de dones assassinades a Ciudad Juárez, la Santa Teresa de Bolaño. I tanca aquest arxipèlag un escenari obert, fos en negre. Un gran plató per aixecar la desconstrucció de la prehistòria biogràfica de Benno von Archimboldi.
Receptacles dissenyats per guardar la delicada prosa de Bolaño. Paraules acuradament traslladades d'un fragment a un altre per crear una unitat superior que s'aixeca per damunt dels diferents paisatges creats per Max Glaenzel i Estel Cristià. Una dramatúrgia de l'espai que acompanya l'essència filtrada per Pablo Ley i Àlex Rigola. Aquesta qualitat essencial de l'escriptura de Bolaño es manté intacta i fins i tot s'hi adapta una direcció d'actors que es mou en el límit del naturalisme, com si fossin personatges imaginats en un trànsit literari, i després transportat a un escenari per ser cridat a ser el vehicle físic d'un (mal) somni col·lectiu.
Juan Carlos Olivares Avui 29/06/2007
La plácida levedad del mal
El teatro cuenta historias. El buen teatro las cuenta bien. En 2666,tan importante como la historia es el punto de vista desde el que se cuenta. 2666 es un compendio de cinco novelas con notable independencia y algunas relaciones. Un proyecto inacabado con el que Roberto Bolaño quiso mirar el mundo del hombre occidental a través de una de sus peores pesadillas. Y lo hizo con una rocambolesca historia en la que los personajes son gruesos trazos de humanidad que en su conjunto componen un fresco poco halagüeño sobre la naturaleza humana. Perfiles con la mirada puesta hacia aquel México que fue refugio vital e intelectual del escritor durante años y en el que sitúa el infierno, el agujero negro de la humanidad, al que llama Santa Teresa, y que no es otra que Ciudad Juárez, la metrópoli fronteriza donde el mal campa a sus anchas. La arborescente obra, con historias de muchos personajes, en su mayoría apenas esbozados por algunos sentimientos y que se mueven por instintos básicos, fascinó al director del Lliure, dándole fuerza y empeño suficiente para llevar adelante el proyecto. Y ciertamente que Àlex Rigola y Pablo Ley han adaptado la obra literaria a un lenguaje escénico eficaz, directo y sorprendentemente liviano para el espectador que, de entrada, sabe que se enfrenta a cinco horas de espectáculo.
El trabajo de adaptación, diría, ha consistido en arañar el texto. Quitar palabras e historias y buscar soluciones teatrales para las restantes. Cuestión harto difícil por las mismas características de la obra literaria, donde abunda la narración pura y dura de hechos, con profusión de datos, y los diálogos brillan por su ausencia.
El principal acierto ha sido reseguir la estructura de los cinco volúmenes o relatos como partes de un todo más o menos caótico. Partes que funcionan a la vez con autonomía y en función de un hilo conductor un tanto etéreo, como la búsqueda del rostro y el reflejo de un personaje desconocido; Benno von Archimboldi. Tal vez, el mal. Cada parte se desarrolla con una solución escénica distinta (magníficos los espacios) y el conjunto subraya las casi siempre negativas reflexiones del autor chileno. Reflexiones que resonaron con fuerza en una sala Fabià Puigserver que no se llenó, y que entre el tercer y cuarto acto conoció una significativa deserción de espectadores. En la primera, los eruditos buscan al famoso escritor Archimboldi. En la última lo encontraremos. O casi.
Son dos de las escenas más descriptivas y por ello más difíciles, que se resuelven con fortuna por la excelente interpretación. La segunda (la de Amalfitano)es la más extraña y las más fascinante, a mi parecer, como la tercera (La parte de Fate)es la más entretenida. Por el contrario, la llamada Parte de los crímenes,donde se evidencia la impunidad y la corrupción policial, adolece de una interpretación lineal, monótona, aunque contenga uno de los momentos más emotivos con la proyección de los nombres de todas la asesinadas en Ciudad Juárez con la Séptima de Beethoven de fondo. En esta parte hay un exceso, por reiterativo, de chistes machistas (que están en la novela) y, en todas, una notable pulsión sexual a la que no escapa prácticamente ninguno de los personajes.