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HISTÒRIA DEL SOLDAT |
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Director d'escena: Amir Hosseinpour |
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El enigma de la mayonesa
¿Por qué se corta la mayonesa cuando se corta? Misterio. Los huevos son frescos, el aceite, de primera, el vinagre, en su punto. Y sin embargo, cuando se corta, ya no hay manera de que cuaje.
No cuajó en el Grec esta Història del soldat, a pesar de que los ingredientes, tomados de uno en uno, eran de buena calidad: el octeto de músicos, procedentes de esa gran escuela que es Barcelona 216, a las órdenes de una muy competente Virginia Martínez; los actores, bien metidos en el papel: un Pavlovsky caricato que daba bien el perfil del muñeco roto por el mal; un demonio (Marilú Marini) de múltiples registros -las caras del mal son infinitas- que se vació en escena; y una Misia que narra la historia con claridad y aplomo. La coreografía, voluntariamente retro, pero aceptable. Incluso la escenografía podía considerarse pasable. Pero el conjunto no funcionó.
¿Problema de la obra? Tal vez, pero es difícil asegurarlo. Es desde luego una obra "de crisis", escrita por Strawinsky y CharlesFerdinand Ramuz para muy pocos efectivos escénicos: corría 1918 y no era cuestión de derrochar. ¿Demasiado pequeña para un escenario al aire libre como el Grec? Puede, pero si los músicos no hubieran estado hundidos en el foso, tal vez se hubiera ganado. En esta obra la música nunca es incidental: va de menos a más hasta acabar ocupando la totalidad de la escena. Merecía sin duda mayor protagonismo. Stravinski trabajó con objets trouvés -una marcha, un vals, un tango, un rag-time, una coral, lo que encontró-, a los que imprimió su potente sello personal, esas idas y venidas entre el impulso y el reposo, ese balanceo permanente entre tonalidad y disonancia, esa voluntad de desequilibrio tímbrico entre maderas y metales que enrarecen la obra y nos contagian un desazonador sentido de crisis irreparable.
Pareció como si de todo ello la dirección escénica se hubiera apercibido demasiado tarde. Quiso "llenar" con los movimientos de tres bailarinas, pero a la postre resultaron insuficientes. Quiso sorprender con una operación quirúrgica de la princesa no prevista en el relato original, y no hizo más que confundir las ideas. Y algo poco justificable: substituyó el violín del soldado por... una armónica. Vale que hay una voluntad explícita de arte povero en toda la obra, pero escatimarle al diablo el violín es como quitarle al niño Jesús el buey y la burra.
La narración acaba con una frase brillante que tal vez encierra el secreto del corte de la mayonesa: "Una felicidad es toda la felicidad; dos, es como si ya no existieran". Acaso hubo demasiadas felicidades en este montaje y acabamos sin ninguna felicidad.
Agustí Fancelli
El País 28/06/2008
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Un plom de soldadet
Rebre l'encàrrec d'obrir el Festival Grec és un regal enverinat. Té molt de risc. L'any passat, la dansa va agradar i va significar un bon inici per a la singladura de Ricardo Szwarcer com a nou director del Grec de Barcelona. Dimecres, no es van repetir les bones vibracions. I fa por pensar quan es pensa que el regidor de Cultura augurava que la Història del soldat seria una referència del que es veurà en aquesta edició.
Individualment, cal celebrar la interpretació de BCN 216 que llegien la partitura d'Stravinsky. També el treball de Marilú Marini (Dimoni) i el debut com a actriu de la cantant Mísia (narradora i ànima del conte). Per la seva banda, Ángel Pavlovsky vagarejava perdut en el seu paper de soldat, era l'ase que rebia tots els cops. I Pavlovsky si una cosa domina és el ritme i l'escena sent ell el pal de paller. A Història del soldat patia el seu personatge buit, naïf, que més era un penell que un valent militar. Finalment, la princesa: les tres ballarines van donar l'acció a l'escena amb uns moviments, coherents amb la música sincopada, d'estridències. Potser es podien haver estalviat el ball indi final. Tothom ho hauria agraït. Per altra banda, és d'agrair el gust per la simplicitat del coreògraf que va renunciar a un gran cos de ball que hauria tapat i cobert les crítiques a cop de talonari i dansa gratuïta.
Sorprenentment, una obra de poc més d'una hora va donar temps per notar el mal d'esquena, avorrir-se i, per moments, adormir-se. I és que la visió onírica, tova, d'aquarel·la, no imprimia cap caràcter, semblava l'embolcall de paper de seda. No és que fos una mala aposta el repartiment i l'encàrrec de direcció (Nigel Lowery i Amir Hosseinpour). No és que hi hagués un plantejament erroni. El que passava és que no arribava enlloc. Molt probablement hi ha hagut pitjors espectacles d'inauguracions al Grec. Però fa anys que no es recordava una xiulada com la de la nit de dimecres. De fet, aquest és insuls, no dolent. Szwarcer ha estat valent arriscant en la inauguració. Potser, fins i tot, massa. Però és d'agrair la valentia. Encara que al final les peces no s'acoblin bé (potser més temps d'assaig hauria servit per trobar ànima a l'escena).
El record del soldadet de plom i la princesa aquí cau amb una princesa i, un soldat, que (sense culpa de Pavlovsky) acaba sent un plom. Hi ha més Grec. Hi haurà, forçosament, més encerts.
Jordi Bordes
El Punt 27/06/2008
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Sin magia, misterio, ni poesía
Se apagaron los focos y la ululación de la clientela insatisfecha se impuso - ¡al fin!- a los aplausos de complacidos y complacientes. Con la misma sinceridad con que hay que lamentar el estreno deslucido del Grec, a causa de una cirrótica y plúmbea Història d´un soldat,debe celebrarse el signo de normalidad, sólo vigente en el Liceu, que una clara y sonora división de opiniones siempre revela. He ahí una codiciada rareza teatral en el mar de resignación, masoquismo y cortesía piadosa que nos inundaba.
La verdad es que anteanoche, en el rito de los saludos finales, el respetable impartió justicia con bastante tino y delicadeza. Aplaudió con generosidad el esfuerzo de los tres intérpretes, Mísia, Ángel Pavlovsky y Marilú Marini; palmeó sin ninguna generosidad a las tres buenas bailarinas, alusivas a la Princesa ausente (?!); dedicó destellos de fervor a Virginia Martínez y al Grup Instrumental Barcelona 216, feliz ejecutor de la partitura de Stravinsky, y la mitad, más o menos, sin contar los que habían huido con el enfado a cuestas, reincidió en el réprobo clamor en cuanto aparecieron los responsables máximos de la propuesta: el británico Nigel Lowery y el iraní Amir Hosseinpour.
Conviene recordar que Hosseinpour y Lowery es un tándem muy cotizado en el circuito de los grandes teatros de ópera europeos y que, en principio, su fichaje para inaugurar el Grec era una apuesta ambiciosa y a tono con el propósito de relanzar la proyección internacional del festival de Barcelona. Visto el pinchazo, es fácil deducir que se le podría encargar - al tándem, me refiero- algún clásico antiguo, el más ladrillo, el más tostón, a fin de que lo convirtiera en un posible juguete coloreado y ligero, acorde con la fama heterodoxa que acarrea la pareja. Pero confiarle, por ello mismo, una filigrana, una pieza de orfebrería, como Història d´un soldat de Igor Stravinsky y Charles-Ferdinand Ramuz, era una opción de muy alto riesgo.
En líneas generales, pienso que la dirección de Lowery y Hosseinpour ha intentado pelear inútilmente contra las grandes dimensiones del coliseo de Montjuïc. Es un error que ocurre con frecuencia en dicho escenario. En vez de focalizar la acción, con los convencionalismos gestuales y objetuales propios de un cuento fantástico - el del soldado que ha querido comprar la felicidad al diablo, a cambio de su violín-, se ha intentado abarcar el espacio escénico en su totalidad creando un montaje necesariamente descoyuntado, con personajes más movedizos de la cuenta y que en su deambular dejan escapar de los bolsillos y de su voz gritona todo el hálito misterioso y poético de la pieza. ¿Por qué sobreactúa tanto el narrador confusamente- a la princesa sanada por el soldado (Pavlovsky)?
Cada elemento de la errática propuesta era, anteanoche, un golpe bajo al recuerdo de la misma historia que en 1991 nos ofreció el Teatre Lliure dirigida por Lluís Homar. Lo que allí fue contención y magia, aquí es desorden y frialdad. En tanto que coreógrafo, Hosseinpour mueve el trío bailarín con inusitados ejercicios que suplen la pantomima que podrían haber ejecutado, con una dirección actoral más exigente, el soldado y el demonio (Marilú Marini). Y en tanto que escenógrafo, Lowery levanta en medio de la escena una arquitectura con premeditados errores de escala, trazos de una plástica pop en un infierno vertical con neones de puticlub de carretera. El conjunto es notablemente feo.
Pavlovsky tiene momentos poderosos y seguros y otros marcados por una indecisión que los directores no han sabido resolver. La actuación de Mísia, como digo, es equivocada, y la de Marilú Marini, más desgañitada que maléfica, salvo en la brillante escena del personaje luciferino enmascarado.
Joan-Anton Benach
La Vanguardia 27/06/2008
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